Relatos tras el café humeante | Cincuenta tripulantes

   Una cosa era suponer, a la vista de la indumentaria y las armas que portaban Francisco y los suyos, que pudiera tratarse de una tripulación corsaria o pirata; pero, afirmarlo con esa seguridad de la que hacía gala la madre abadesa considerando que se acababa de plantar ante ellos…  Tenía que haber algo más.

   Ante la perplejidad del capitán y sus compañeros, la religiosa esbozó una sonrisa de satisfacción al tiempo que dirigía su mirada a un tupido macizo de arbustos que flanqueaba uno de los lados del camino y hacía un ademán con su mano izquierda. Al instante y obedeciendo a esa indicación, un par de novicias surgieron de entre la espesura a pocos metros de donde todos se hallaban; se trataba de dos jóvenes menudas.

   Sorprendido en extremo, Francisco se volvió hacia Mary preguntándose cómo era posible que la cazadora africana, tan versada en rastrear sus presas, no se hubiera percatado de la presencia de las dos monjas. Atónita, ella se limitó a negar con un movimiento de cabeza. ¡No las había visto! Valiéndose de un gesto efectuado con su diestra, la madre abadesa intentó quitarle importancia a ese hecho.

   Esta es la hermana Genoveva —señaló a la de menor estatura—. Antes de ingresar en nuestra orden ayudaba a su padre cuando este salía de caza.

   —Capitán… —saludó ella.

   —Hermana… —respondió con una leve inclinación.

   —La que le acompaña es la hermana Isabel —prosiguió la superiora—. Mientras vivía con su familia, su padrastro se cebaba con ella propinándole palizas, pero no tardó en descubrir que podría evitar esos castigos si escapaba a la carrera. Y, a pesar de que su tutor se lo puso difícil al principio, ella terminó siendo una veloz corredora.

   —Capitán… —saludó también la otra.

   —Hermana… —hizo lo propio él.

   Así, a requerimiento de su superiora, la hermana Genoveva había permanecido espiando a los tripulantes del bergantín con el fin de averiguar sus verdaderas intenciones, y la hermana Isabel, gracias a sus veloces pies, había ido transmitiendo esa información a la madre abadesa en varias ocasiones; una singular forma de comprobar si podían fiarse de ellos. Tras estas explicaciones, se efectuaron las correspondientes presentaciones. La madre Lucrecia, que así se llamaba la abadesa, le solicitó a Francisco que les permitiera unírseles y embarcarse junto a todos los demás. Estaban hartas de verse obligadas a reconstruir su monasterio cada vez que era atacado por los corsarios enemigos; por una vez, tal como habían dicho con anterioridad, no ofrecerían la otra mejilla.

   —Poseen conocimientos y habilidades que podrían sernos de gran ayuda —expuso Juan, el segundo al mando.  

   El capitán lo considero durante un momento. Siete soldados expertos les iban a venir bien, sin duda; once mujeres de la aldea pesquera, entre ellas una bastante leída que ayudaría a Suzanne con la intendencia de a bordo, tampoco se deberían rechazar; y unas monjas con un bagaje de conocimientos excepcional y otras habilidades útiles… ¿por qué no incluirlas en la dotación del bergantín? La otra cara de la moneda la formaban las niñas y los niños que venían con las pescadoras y que habría que mantener, si no fuera de peligro al resultar ello casi inviable, sí sometidos a los menos riesgos posibles. En verdad que nunca había oído hablar de una tripulación pirata tan inusual… Bueno, pues esta sería la primera.

   —Madre abadesa —dijo Francisco con cierto aire solemne—, ya que toda mi tripulación, incluyendo a Suzanne, Mary y Dorotea, están de acuerdo en que vos y las hermanas os unáis a nosotros… yo no me podría negar a ello aunque quisiera. —Echó una mirada a su alrededor y comprobó la satisfacción reflejada en los rostros de los allí reunidos —. Bienvenidas a bordo —resolvió.

   La decisión fue aclamada con entusiasmo. Aquellos piratas eran diferentes, con su forma de actuar más considerada, más humana… diríase que más justa.

   No había tiempo que perder. Se imponía trasladar al bergantín a las mujeres, la chiquillería y las religiosas; tras esto, se haría lo mismo con las mercancías y el resto de los enseres. Francisco, Gonzalo y los soldados serían los últimos en embarcar, después de haber permanecido desplegados en la playa dando seguridad durante la operación; como no podría ser de otra manera, a Mary y a la hermana Genoveva se les permitiría dar apoyo con sus dotes de subterfugio, tal como ellas mismas habían solicitado.

   Las indicaciones asignadas eran claras y precisas. Cada cuál sabía lo que tenía que hacer y la actividad se desató por doquier. Al tiempo, Dorotea y Suzanne, se aproximaron a su capitán dibujando una pícara sonrisa.

   —¿De haber podido, te hubieras negado? —interrogó incisiva la molinera.

   —¿Hubieras hecho tal? —insistió la intendente casi sin darle tiempo a responder.

   —No… claro que no —balbuceó él—. Pero llegué a temer que no estuvierais de acuerdo conmigo… —fingió estar apurado.

   —Tal vez es porque todavía no nos conoces del todo —insinuó Dorotea mientras se alejaba.

   —En verdad que eso puede ser —confirmó Suzanne dirigiéndose a él mientras se disponía a seguir los pasos de su amiga —. Tiempo tendrás…

   El capitán volvió a centrarse en la labor que se estaba desarrollando, sin dejar de pensar que en el futuro debería guardarse muy bien de ambas. Entonces se percató de que la abadesa, a la vez que ayudaba a descargar uno de los fardos de las carretas, le dedicó una sonrisa; seguro que había escuchado lo que habían dicho Dorotea y Suzanne.

   —No debéis bajar la guardia —le aconsejó. 

   Él asintió alegre.

   Quince cautivos evadidos de Inglaterra junto a Dorotea, Anne y Mary; la sanadora Charlotte y la intendente Suzanne incorporadas durante la estancia en las costas francesas; once pescadoras gallegas aparte de los siete soldados veteranos y la docena de religiosas que habían decidido cambiar de vida, aún no se sabía hasta qué punto… Hacían un total de una cincuentena de tripulantes además de los niños. Cincuenta tripulantes… No era mal número, aunque tal vez necesitasen alguno más. Francisco esperaba enrolarlos por el camino mientras se adiestraba a los que ya tenía. Y todo ello antes de dar el gran salto para viajar en pos de su destino final.

Continuará…

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