Relatos tras el café humeante | Importante decisión  

   Vaya, en lugar de una mujer, se habían presentado dos. Ante la perplejidad de Francisco, Juan y los tripulantes que estaban con ellos en la playa, Charlotte resolvió aclarar la situación.

   —Sí, ya sé que habíamos convenido en que yo acudiría sola, con mi carro —y, añadió dirigiéndose al capitán—. Se llama Suzanne; dejad que ella también venga con nosotros, os lo ruego.

   El piloto miró al capitán interesándose por lo que iba a decidir. Dorotea salió de entre el grupo de tripulantes; tenía la intención de inducir a Francisco a decantarse en favor de la recién llegada.

   —Capitán —dijo la molinera—, fíjate en su expresión; está asustada y nos necesita.

   Juan asintió en silencio.

   En realidad, para ninguno de ellos suponía un impedimento el hecho de que la dama embarcara y pasase a formar parte de la tripulación. Ahora bien, ¿en que podría ayudar alguien tan refinada y que seguramente no había trabajado nunca? Francisco le preguntó al respecto.

   —Nos resultaría de utilidad —insistió la sanadora defendiéndola—; sabe leer y escribir… y se le da bien la aritmética.

   —¿Es cierto eso? —interrogó el capitán a la dama.

   —Lo es —respondió—. Siempre me he encargado de la administración de la finca de mi padre, incluso después de su muerte; ventas de las cosechas, salarios de los trabajadores, la provisión de la despensa… todo.

   —Capitán —expuso el piloto—, necesitamos cubrir el puesto de intendente. ¿Quién mejor que ella que es ducha con los números?

   Charlotte permanecía expectante ante lo que iba a decidir Francisco; Dorotea le golpeo el hombro para hacerle reaccionar.

   —Sea —determinó el capitán—, seréis nuestro intendente. Subid a las chalupas —y, añadió dirigiéndose a Charlotte—; las dos.

   La sanadora hizo un gesto de aprobación con un movimiento de cabeza acompañado de una sonrisa. Ambas saludaron con una ligera inclinación antes de retirarse.

   —Has obrado con acierto —dijo Juan—, como siempre.

   La verdad es que ya tenía esa intención nada más verla llegar, pero quería asegurarme.

   —Bien está lo que bien acaba —intervino Dorotea.

   El piloto ordenó a los demás que cargaran la mercancía en los botes para que estos la trasladaran al barco al tiempo que el capitán se interesaba por la suerte que iban a correr la carreta y las dos mulas. La sanadora le informó que los había vendido y que el nuevo dueño los recogería algo más tarde… seguramente cuando el bergantín se hubiera alejado de la costa.

   —Tal vez se encuentre escondido a la espera, para no encontrarse con nosotros —comentó Dorotea—. Nos tendrá miedo.

   —Demasiado miedo hay en estos tiempos —dijo Francisco—. Démonos prisa para que pueda llevárselos cuanto antes.

   Cuando el bajel se alejó de la costa a una distancia considerada como suficiente, un lugareño de mediana edad salió de entre unas rocas cercanas a la playa y se aproximó a la carreta que Charlotte había dejado al borde del camino, junto a la playa. El capitán, el piloto, la sanadora y la molinera, siguieron sus movimientos valiéndose de sus catalejos. Dado que la experta en plantas medicinales confirmó que ese hombre era realmente el comprador del carro y las mulas, el capitán aguardó a que aquel se marchara con el vehículo y luego ordenó que se hicieran señales para que se retirase el trío de tiradores que había dejado previamente apostados cerca de la carreta con el fin de evitar que esta cayera en las manos incorrectas. La sanadora quedó sorprendida ante tal iniciativa y agradeció el cuidado con el que se habían tomado el asunto. Una vez los tiradores regresaron a bordo, la nave se adentró en el mar hasta que se dejó de ver tierra.

   Los días siguientes fueron de reflexión y decisión. Francisco, Juan y varios más habían propuesto dedicarse a la piratería. Tan convulsas, inestables e inciertas veían las relaciones entre las diversas naciones, que consideraban un gran riesgo dedicarse al transporte y comercio de mercancías. Al menos, siendo piratas, se evitarían tener a los mismos ladrones del mar como enemigos. Eso sí, tendrían que estar de acuerdo por unanimidad y, si se decidían por este tipo de vida, seguirían al pie de la letra un código de conducta que establecerían entre todos. Ni que decir tenía que, tanto mujeres como hombres, poseerían los mismos derechos.

   La propuesta fue bien recibida. El ansía de riquezas, el deseo de aventuras, la aspiración a una vida en libertad, conseguir reconocimiento por parte de sus semejantes y, ¿por qué no?, una buena dosis de hedonismo de vez en cuando, fueron solo algunas de las aspiraciones que los tripulantes consideraron llegado el momento de decidirse  a abrazar su nueva existencia como piratas. Se establecieron las reglas que deberían seguirse, se distribuyeron las ocupaciones y puestos entre los mejor preparados para cada labor y se determinó el número de nuevos miembros a reclutar para lograr que el funcionamiento de la nave fuera el óptimo.

   A partir de ese momento se estableció un plan de adiestramiento general. Varios expertos artilleros enseñaron el manejo de los cañones a los que se harían cargo de ellos, los tiradores instruyeron a otros en el manejo del mosquete y del arcabuz y Juan aleccionó a varios más con sus conocimientos de navegación; sin olvidar a los carpinteros, al maestro velero y a las cinco compañeras que también aportaron a los demás su demostrada experiencia.

   Y, en una de las ocasiones en las que Francisco, después de impartir una sesión sobre el uso del sable a sus compañeras, las dejara practicando por parejas, Charlotte con Dorotea y Anne con Mary, Suzanne, que hasta entonces se había mostrado bastante reservada, se decantó por charlar con él.

   —Te habrán hablado sobre lo que últimamente está sucediendo en la aldea — le dijo al capitán.

   —Sí, me informaron Juan y los compañeros; el nuevo señor de esas tierras, ¿cierto?

   —El mismo. —Dejó que su mirada se perdiera más allá del horizonte—. Pero, en lo que a mí concierne, aparte de mi finca agrícola… —Dudó antes de decirlo—. Quería tenerme solo para él —confesó al tiempo que se volvía hacia el capitán.

   Francisco permaneció pensativo un instante.

   —Tenerme para él —insistió ella—. ¿Lo puedes comprender? Yo, que nunca he estado con varón alguno…

   —Pero eso no ha ocurrido, y ya no podrá suceder —dijo el capitán con determinación.

   —Cierto es. —Sonrió—; gracias a vosotros.

   La conversación fue interrumpida de forma repentina cuando el vigía alertó de que había localizado un barco en la lejanía. El capitán ordenó que todos ocupasen sus puestos y se preparasen para el combate; pero todavía desconocían la nacionalidad de aquel bajel, su capacidad combativa y, lo más importante, iban cortos de tripulación…

Continuara...

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