Relatos tras el café humeante | Una misiva disputada (I)

   La oscuridad nocturna imperaba en el lugar. Rina se acomodó entre unas cajas apiladas del almacén cercano a uno de los muelles del puerto espacial de la ciudad capital del planeta. A pesar de la tensión creada por la situación, podía permitirse un respiro.

   Sentada sobre un pequeño contenedor plastificado y con su espalda apoyada en uno de los embalajes, experimentó un cierto alivio que le permitió pensar en sus actuales posibilidades de éxito. No habían conseguido eliminarla ni tampoco arrebatarle el mensaje que llevaba para ser entregado en su destino; tan solo le quedaban cuatro disparos en su pistola láser y no había podido dormir ni cinco minutos durante la noche anterior debido al acoso del trío de la banda enemiga; ¿trío?, rio para sus adentros al tiempo que recordaba que ya solo quedaba uno de los tres que salieron con la intención de cazarla; aún permanecía sorprendida por la forma en la que se había deshecho de los otros dos.

   El primero se lo quitó de en medio provocando que la tirotearan en una de las calles poco transitada y vigilada en ese instante por una patrulla policial que se hallaba cercana. Los agentes le dieron auxilio abatiendo a uno de sus adversarios y haciendo huir a los demás. Eso no era de extrañar porque la policía estaba obligada a proteger a los miembros del gremio de mensajeros, siempre y cuando estos vistieran su uniforme de trabajo y no utilizasen su arma a no ser en defensa propia. Y ella operaba siempre cumpliendo esos preceptos.

   Al segundo lo dejó fuera de combate más tarde, cuando la localizaron de nuevo. Aprovechó que este corría tras ella muy distanciado de su compañero, para arrojarle a los pies un puñado de canicas, consiguiendo con ello que cayera al suelo de forma aparatosa y permitiéndole que lo neutralizara con un certero disparo efectuado con su arma… o tal vez fueron dos. 

   Desde que era casi una niña, siempre se había ganado la vida haciendo llegar misivas escritas cuyo contenido sensible no debía exponerse al riesgo de ser enviado a través de la red informática, ni tan siquiera mediante las antiguas tecnologías de radio o telefonía. La discreción y diligencia aplicada en su labor propiciaron, durante el transcurso de los siguientes años, que personas y empresas, cada vez de mayor importancia, recurrieran a sus servicios, con lo que fue creándose una clientela de lo más selecta. Datos de análisis relacionados con la Bolsa Interplanetaria, mensajes personales que pondrían comprometer gravemente tanto al que lo enviaba como al que lo recibía, documentos empresariales reservados… y, en resumidas cuentas, toda aquella información que requiriese de una transmisión protegida por el mayor de los secretos, constituía una pequeña mercancía valiosa susceptible de incitar a la solicitud de la actuación de Rina; una pequeña mercancía valiosa que podría llegar a ser muy disputada, tal como estaba sucediendo en ese momento.

   Además, el contexto adquiría una complejidad añadida cuando entraba en juego la intervención de una astronave encargada de transportar el mensaje porque, si la comunicación debía establecerse con un punto que quedaba más allá del propio sistema planetario, no cabía posibilidad alguna de efectuarla basándose en ninguna tecnología conocida, ya fuera moderna o antigua. Para estos casos no había otra opción que recurrir a las conocidas astronaves del servicio oficial de correos o, de ser necesario… a la ocasional ayuda prestada por un desinteresado capitán de confianza que hiciera ese favor aprovechando que su nave se dirigiera, casualmente, al destino interesado. A veces no era el capitán, sino otro de los tripulantes de la nave, el que poseía una demostrada reputación para que se le encomendara la tarea. Sea como fuere, en este tipo de escenario se encontraba inmersa la actual misión de Rina.

   Desde su escondrijo podía observar varias de las pistas de aterrizaje y los muelles de embarque que llevaban a ellas. A Rina le interesaba el despegue de una gran astronave de mercancías y de otra magnífica nave de línea, sin olvidarse del carguero mixto que se hallaba estacionado en el muelle más cercano a donde ella se encontraba, a unos sesenta metros como mucho.

   La astronave mercante ya estaba despegando; nada podría impedir que iniciase su travesía hacia el espacio exterior. Ahora le tocaba esperar el tiempo necesario según lo planeado…

   Consideró el nuevo estado de la situación. Cabía la posibilidad de que el número de sus perseguidores hubiera aumentado al producirse la partida de aquella astronave. Echó una mirada a los alrededores del muelle cercano; toda esa zona quedaba al descubierto; a pesar de su agilidad y sus rápidas piernas, correr hasta el carguero mixto conllevaría un riesgo nada desdeñable; y los tripulantes no estaban obligados a ayudarla.

   Con estos pensamientos, ya habían transcurrido unos cuantos minutos más y la soberbia astronave de pasajeros era la que en ese momento ponía proa al cielo; dentro de muy poco lo haría el carguero mixto, la nave del capitán al que tenía que hacer entrega de la misiva. Se había terminado la espera; demorarse no era una opción.

   Escudriñó otra vez el terreno circundante; no se veía a nadie. Extremó la atención con sus oídos; silencio total. Valoró la probabilidad de equivocarse… altamente baja, pero existente; siempre podría aparecer un adversario mejor que ella.

   No lo dudó más. Salió presta de su escondite, se detuvo unos segundos, arrojó una granada de humo y, cuando la pantalla gaseosa de color violeta invadió la zona que quedaba entre ella y la astronave, penetró en la humareda y corrió hacia el carguero como alma que lleva el diablo.

Continuará…

Deja un comentario