Relatos tras el café humeante | Retomar un antiguo sueño

   Sentado ante la consola del piloto de la astronave aterrizada, contemplaba los alrededores del puerto espacial a través de la carlinga acristalada. La tarde ya había caído en aquel planeta tan similar a la originaria Tierra y la luz amarillenta de la estrella principal del sistema acariciaba la superficie de los muelles de carga y las pistas de aterrizaje aledañas. La temperatura suave y la casi ausencia de viento propiciaban la actividad de los agentes de rampa, técnicos de servicio y estibadores que entraban y salían de las instalaciones de almacenamiento cercanas que él podía observar a su derecha, con sus puertas de acceso abiertas de par en par.

   Las voces lejanas de los trabajadores provocaron que cerrase los ojos para inducirle a la meditación; esas voces tan parecidas a otras que percibiera en diversas situaciones del pasado.

   Allí estaba él, con sus sesenta y pocos cumplidos y siendo propietario de un carguero mixto, una nave interplanetaria de tamaño medio preparada para transportar mercancías y también convenientemente acondicionada para albergar y atender al pasaje. Por un instante recordó años anteriores, cuando sirvió como oficial de alto rango en vehículos similares e incluso de tonelaje muy superior; y rememoró aquellos viajes de juventud en compañía de su esposa, tanto antes como después de haber contraído matrimonio, pero siempre haciendo vida de pareja.

   Luego vinieron sus dos hijos y surgió la necesidad de obtener un puesto de trabajo en tierra firme para evitar las largas ausencias de las travesías y pasar más tiempo con su familia. Tuvo suerte, porque sus cualificaciones y experiencia le permitieron optar a un puesto de jefe de control de tráfico aeroespacial y operaciones portuarias. Bajo su responsabilidad quedaba el desempeño de la actividad de una de las tres zonas en las que se subdividía el puerto espacial de su ciudad.

   Pero todo eso ya había quedado atrás desde hacía varios meses, cuando le llegó el momento de dejar su actividad laboral para dedicar su tiempo a sí mismo y a cosas mejores, según los comentarios de los que le rodeaban.

   Abrió sus ojos para volver a la cruda realidad. ¡Qué poco sabían los que expresaran esos comentarios! ¿Acaso estaban en su misma situación? Claro que no; simplemente se guiaban por lo que solía decirse en estos casos. Esbozó una sonrisa al tiempo que pensaba en que alguno de ellos incluso le envidiaba por su nueva situación… santa inocencia.

   Vaya con los días posteriores a su jubilación transcurridos hasta ese instante. Llegó a ilusionarse creyendo que podría recuperar, aunque solo fuera un poco, aquellos felices momentos vividos junto a su mujer, a la que nunca había dejado de querer, cuando viajaban; porque la vida en tierra firme también tenía sus puntos negativos y había causado mella en su relación de pareja. Demasiadas intromisiones de parientes ajenos a su núcleo familiar que incidían en el día a día favorecidos por la sociabilidad y la bondad de su esposa.

   Y, sin embargo, todo seguía igual… o peor, puesto que se había agravado por el hecho de disponer de más tiempo libre que los desinteresados sabelotodo pretendían que les dedicara ayudándoles en reparaciones domésticas y cosas por el estilo ya que, como ahora él no tenía nada que hacer…  

   Así que resolvió tirarse en marcha de ese tren y dar un giro a su situación. Necesitaba volver a vivir aventuras surcando el espacio sideral y, a ser posible, esta vez como comandante propietario de una astronave, una aspiración que había mantenido viva durante toda su vida.

   Contactó con un antiguo compañero de confianza, retirado como él, que había fundado una compañía dedicada a la recepción, almacenaje y transporte de todo tipo de mercancías con destino a cualquier planeta del universo conocido. Esta compañía, que tenía su sede y sus instalaciones en el puerto espacial de su ciudad, trabajaba en la mayoría de las ocasiones con agentes libres. No tuvo ninguna dificultad en conseguir que su viejo conocido le recibiera para poder exponerle su proyecto.

   Su excompañero no solo estuvo de acuerdo con su iniciativa, sino que decidió darle su apoyo en lo que fuera necesario. Aunque él disponía de suficientes recursos para poder adquirir una astronave, su amigo le aconsejó sobre los astilleros que podrían ofrecerle una mejor relación calidad-precio, dónde encontrar los mejores miembros para su tripulación, los suministros adecuados y cómo tratar a los representantes de las empresas del puerto espacial encargadas de vender pasaje a los viajeros que lo solicitaban; de las cargas a transportar no tenía que preocuparse, puesto que su compañía le ofrecería los mejores contratos.

   A partir de entonces, ya solo le quedaba anunciarle a su esposa que, finalmente, había conseguido materializar el sueño que había albergado desde que era un adolescente; así lo hizo y ella recibió la noticia solo con una actitud ligeramente satisfactoria pero suficiente para mantener la esperanza puesta en su idea.

   Volvió a contemplar la consola de su nave; cabía la posibilidad de que su esposa no se decantase en último extremo por viajar con él a través de esos mundos tan distantes; quizás no querría abandonar su vida habitual, aunque sus hijos ya eran independientes; independientes pero no les habían podido dar nietos… Razón de más para retomar sus andanzas de juventud con las que habían sido tan felices.

   El aviso acústico del intercomunicador, instalado en todas las dependencias del carguero mixto, le hizo salir de sus meditaciones; atendió la llamada; uno de los tripulantes que trabajaba cerca de la rampa de acceso al interior de la astronave le informó de que alguien, interesado en verle, se estaba dirigiendo hacia el puente de mando.

   ¿Quién sería? ¿Su amigo para tratar algún detalle sobre la mercancía a transportar? ¿Una de las encargadas de los mostradores de expedición de pasajes del puerto espacial? ¿Tal vez su esposa? ¡Cómo deseaba que fuera ella!

   Y… lo era.

   —Me imagino que, si mañana debemos despegar, necesitarás que te ayude con las labores pendientes —dijo ella dibujando una gran sonrisa—. Además, estaría bien que me enseñaras las particularidades de nuestra nueva nave.

   Como quiera que él parecía haberse quedado atónito ante la agradable sorpresa, ella le llamó la atención.

   —¿A qué esperas? Empieza por indicarme cuál es nuestro camarote para que pueda instalar mis cosas. Ah, pero antes dame un beso, ¿o es que no te alegras de verme?

   Muchos jóvenes, y no tan jóvenes, envidiarían la efusividad, duración e intensidad de ese beso de haber podido presenciarlo.

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