Relatos tras el café humeante | La argucia del coleccionista 

   Se diría que el transcurso de las horas se iba enlenteciendo, como si los comensales, aun sin saberlo, hubieran desatado algún prodigio mágico para que el tiempo se detuviera con el fin de prolongar esos momentos que se estaban desvelando como placenteros y relajantes en extremo. Unas dos horas después, todos ellos tuvieron la sensación de que la duración de ese acto había sido muy superior y esto les produjo gran satisfacción.

   El anfitrión sugirió que tomasen el café en la biblioteca, una iniciativa que provocó expectación entre los invitados; estaban ansiosos por contar con la ocasión de poder estar en ese pequeño templo personal que encerraba tamaño bagaje cultural entre sus paredes. Una vez allí, pudieron comprobar que la estancia era mucho más amplia de lo que habían supuesto, con sus estanterías repartidas entre dos plantas que se comunicaban por dos escaleras de caracol de madera y la zona central ocupada por varias mesas de lectura y otras con equipo telemático. El conjunto en sí daba la apariencia de una biblioteca clásica de principios del siglo XX, con la salvedad de las conexiones a la red de internet. Se acomodaron alrededor de una mesa ovalada que se utilizaba para celebrar reuniones de trabajo; inmediatamente después, se les sirvió el café acompañado de pastas y licores.

   Más tarde, el coleccionista conectó el terminal informático situado sobre un amplio escritorio utilizado por su bibliotecaria personal a la que había dado el día libre, localizó el lugar donde se encontraba el ejemplar del Viajero de la Marca, fue a por él y lo puso sobre una de las mesas de lectura para mostrárselo. 

   —Es soberbio —afirmó él.

   —Ciertamente —replicó el anfitrión—; la primera edición superó en belleza y calidad de impresión a la posterior.

   —Reconozco que sería incapaz de valorarlo de forma objetiva —dijo ella maravillada—; supera todas las expectativas.

   Ante el comentario, el investigador privado no tuvo por menos que reconocer.

   —Es lógico que su adquisición conlleve una cuantiosa suma.

   —Habitualmente sí —expuso el coleccionista—, pero no en este caso.

   El semblante de la mujer cambió de repente mostrando preocupación. ¿Habría resuelto no deshacerse del libro? Sin embargo, el anfitrión les tenía preparada una sorpresa.

   —Tranquila, por favor —le dijo a ella—. He decidido cedéroslo sin coste alguno.

   —No podemos aceptarlo —alegó él—. Es un juego de rol muy buscado.

   —No os preocupéis —insistió—. La verdad es que dispongo de varios ejemplares… unos pocos…Se pueden contar con los dedos de una mano. Y, además, tengo mis razones…

   El coleccionista les explicó que, por amistades y otros contactos, conocía la existencia y actividades de la organización para la que la falsa librera trabajaba; y que admiraba esa labor. Él le hizo hincapié entonces sobre el hecho de que daba por sentado que estaría también al tanto de la persecución que la organización sufría por parte de algunas de las agencias gubernamentales de inteligencia.

   —De hecho —añadió el detective—, una de sus espías ha estado a punto de capturarnos esta mañana. Creo que conseguimos despistarla pero, por si acaso, queremos que sepas a lo que podrías exponerte.

   Ella le puso al día sobre todo lo sucedido desde que contactó por primera vez con su amigo haciéndose pasar por empleada de una librería especializada en restaurar ejemplares dañados.

   —Acepto el riesgo —dijo el coleccionista—; descuidad, que estamos preparados para ello.

   Luego tomó el volumen del Viajero de la Marca y se lo entregó a ella.

   —Es vuestro —resolvió.

   El coleccionista y varios de sus guardias les escoltaron por la carretera secundaria hasta el acceso a la autopista. Luego se despidieron. Todo fueron muestras de agradecimiento y el hecho de recordarse que tendrían que verse más a menudo para pasar buenos ratos juntos; los antiguos amigos todavía tenían muchas cosas que hablar y, si a ellos se unían el sagaz sabueso y la intrépida joven, mejor que mejor.

   —No la dejes escapar ahora que la has recuperado —le susurró a él en voz baja.

   Estaba a punto de caer la noche cuando reemprendieron la marcha.

   Al día siguiente, la dama del sombrero oscuro detuvo su automóvil ante la puerta de la verja que daba acceso a la finca del coleccionista. Este, prevenido de antemano a tenor de la información facilitada anteriormente por su amigo, la falsa librera y el investigador privado, había dado instrucciones muy concretas a su personal de seguridad.

   La agente gubernamental, recuperada su memoria, había considerado la forma más adecuada en la que era aconsejable proceder según lo averiguado sobre el personaje al que estaba a punto de visitar: hacendado, escritor, inversor e incluso filántropo; demasiados contactos y amistades de cierta envergadura que no cabía menospreciar; y eso, sin tener en cuenta el periodo durante el que permaneció en el ejército prestando servicio al estado, servicio muy elogiado, por cierto. Aparte de todo ello, tampoco debía dejar de valorar la importancia de la dotación de combatientes entrenados que velaban por el coleccionista; a ella no le convenía agitar ese avispero. Su única posibilidad radicaba en celebrar un encuentro de carácter negociador llevado a cabo con mucha diplomacia. Y en eso se centró.

   Los guardias se le aproximaron al tiempo que ella se apeaba de su coche para que estos pudieran vigilarla con facilidad.

   —Le esperábamos a usted —dijo uno de ellos—. Por favor, suba a su vehículo y siga al nuestro. Le guiaremos hasta la residencia.

   La dama del sombrero oscuro quiso entonces dar una muestra de buena voluntad con el fin de ganarse la confianza de los vigilantes; despacio y con cuidado, abrió su chaqueta para mostrar su pistola enfundada.

   —Voy armada —informó—. Tal vez sería conveniente que se la entregase a ustedes para que la custodiaran mientras dure la visita…

   —No hará falta —replicó una de las combatientes—; tenga la bondad de ir tras nuestro todoterreno.

   Le había dicho que no hacía falta. ¿Un exceso de confianza… o quizás eran capaces de neutralizarla si ella optaba por una acción no aconsejable? Con seguridad se trataba de esto último; no le convenía desmadrarse. Les acompañaría hasta la casa del coleccionista y allí pondría todos sus esfuerzos en conseguir una solución negociada; ya había concebido un plan en ese sentido.

   Varios días más tarde, el coleccionista mantuvo una conversación telefónica con el sabueso.

   —Ni mucho menos forzó la situación. Se limitó a hacerme una oferta por el ejemplar de Viajero de la Marca que me quedaba.

   —Pero, si tú poseías cinco antes de cedernos uno —replicó el detective.

   —Es cierto, pero la agente gubernamental no lo sabía. Le convencí de que os lo había vendido por una suma considerable, dado el valor adquirido por el libro con el paso de los años y la escasez de ejemplares en circulación —expuso—. Me pregunto si no poseía otro porque, de ser así, su superiores estaban dispuestos a pagar el doble de lo que había recibido de vosotros.

   —¿Qué hiciste entonces? —preguntó el investigador, temeroso y cargado de curiosidad a un tiempo.

   El coleccionista mantuvo un instante de silencio. Pretendía darle más emoción al asunto. Después de todo, era un escritor.

   —Me di cuenta de que el vuelco que había tomado la situación nos convenía para poder salir indemnes de la potencial persecución por parte de su agencia —explicó—. Le reconocí que conservaba uno y fingí albergar mis dudas alegando que, al tratarse del último volumen que me quedaba, poseía un gran valor sentimental para mí.

   —¿Y…? —insinuó el sabueso, cada vez más intrigado.

   —-Se lo vendí por más del doble de la cantidad que supuestamente había percibido de vosotros.

   Aquello representaba un jarro de agua fría para el detective… aunque por poco tiempo, muy poco en realidad.

   —¡¿Se lo vendiste?! ¡Ahora ya dispone de esa importante información incluida en las páginas del manual!

   El coleccionista no dudo en tranquilizarle.

   —No la tiene ni la tendrá nunca —dijo sonriendo—. Le di mi único ejemplar que contiene una serie de erratas de considerable gravedad que afectan al texto donde se incluyen los datos técnicos relacionados con el diseño y construcción de las astronaves.

   El aguerrido investigador no tuvo por menos que expresar su satisfacción. ¡Brillante forma de proceder! La singularidad del coleccionista no alcanzaba límites.

   —¡Eres genial, tío! ¡No tengo palabras! ¡Muchas gracias!

   —Vosotros tres sí que sois geniales —reconoció el escritor—. Yo solo he colaborado de forma puntual.

   Una colaboración trascendental para el desarrollo de la misión. El coleccionista había ganado dos nuevos amigos, al igual que el sabueso y la falsa librera que, tras recuperar a su compañero sentimental de antaño, disfrutaba junto a él de un bien ganado paréntesis; aún tenían muchas cosas que contarse.

   En cuanto al detective, este también se concedió varios días de descanso antes de volver a su actividad habitual.

   Y el coleccionista… bueno, continuó con el último libro que estaba escribiendo, bajo la estrecha supervisión de su bibliotecaria, una treintañera con la que mantenía una especial relación harto gratificante para ambos.

FIN

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