Los primeros rayos del sol que incidían sobre el parabrisas de su automóvil la hicieron despertar. Se encontraba sentada frente al volante. Instintivamente y sin saber bien el porqué, echó una mirada a su alrededor. Estaba sola dentro de su coche aparcado entre unos árboles junto a un camino que, unos metros más adelante, desembocaba en la carretera.

Sobre el asiento del acompañante estaba su sombrero oscuro; lo tomó y se lo puso; sonrió; siempre iba con ella. Palpó su pistola debajo de su chaqueta; ya había notado que la llevaba, pero quería asegurarse de que continuaba cargada y de que nadie había hecho uso de ella; todo correcto. Mientras la devolvía a su funda, se percató de una tarjeta postal que había permanecido bajo el sombrero, ¿cómo no la había visto?; la leyó. En ella se había escrito un breve mensaje:
«Tanto Eva como yo lo hemos pasado muy bien contigo esta noche.
Muchas gracias.
Roberto

¿Había estado de juerga la noche anterior? En otras circunstancias se atrevería a asegurar que no pero, teniendo en cuenta donde y como se había despertado… Raro en ella, que cumplía escrupulosamente con su trabajo… Su trabajo… Recordó la misión recientemente encomendada y que estaba llevando a cabo: capturar a la falsa librera sospechosa de pertenecer a una organización de intelectuales independientes que podría llegar a ocasionar serios problemas.
Se aproximó la tarjeta a la nariz para dejarse llevar por el sutil perfume con el que había sido impregnada; un aroma que rayaba la exquisitez; una caligrafía con rasgos masculinos y ese delicado efluvio… Muy singulares deberían ser esa Eva y ese Roberto para que ella consintiera en dejarse llevar. Y, sin embargo, no era esa su forma de comportarse cuando tenía un caso entre manos. Si pudiera recordar lo sucedido durante las últimas horas…
Su chaqueta tenía unas motas de polvo sobre la zona del hombro izquierdo; se las sacudió y entonces se percató del prendedor que llevaba sobre la solapa. Se trataba de un micro aparato de grabación de voz de gran potencia, alta sensibilidad y de mucha utilidad para los agentes como ella. Solían llevar un par; en su caso, el segundo iba camuflado junto a la hebilla de su cinturón. ¡Y se ponían en funcionamiento siempre que el agente perdía la consciencia! ¡Bien! Solo tendría que comprobar si alguno de los dos había podido registrar algo que le fuera de utilidad.

Unos minutos le bastaron para ello. Los dos diminutos artefactos habían cumplido con su papel grabando todo lo que la falsa librera y sus dos entrometidos compinches habían hablado mientras ella estaba sin sentido: el carácter de su organización idealista, lo relativo al generador de cúpulas de invisibilidad y señuelos, la importancia del Viajero de la Marca y cómo y dónde conseguirlo, lo que le inyectaron para que ella no pudiera recordar… Podía contrarrestar el efecto de ese «suero del olvido» con un antídoto del que disponía; ingiriéndolo, se suponía que le haría recuperar la memoria, aunque no siempre funcionaba.
Mientras esperaba a ver si el bebedizo surtía el efecto deseado, se lamentó por su falta de precaución cuando sorprendió a la mujer que perseguía en la nave de la fábrica abandonada. Finalmente, aquellos tres la dejaron en el interior de su propio automóvil cerca de la carretera. ¿Se volverían a la factoría, a la ciudad o quizás partieron directamente a buscar el manual de rol? Sea como fuere, le llevaban unas horas de ventaja.
Todavía necesitaría un poco de tiempo para comprobar si podrían o no restituirse los recuerdos de sus últimas horas porque el antídoto perdía efectividad según el tiempo transcurrido tras la inyección del «suero del olvido». Empero, ella ya sabía lo que buscaban los tres y a dónde se dirigían…
¿Qué había sucedido en el transcurso del día anterior, mientras la dama del sombrero oscuro había estado fuera de combate? Él, su amiga y el investigador privado no regresaron a Daphne automoción, ni tan siquiera volvieron a la ciudad; resolvieron tomar la carretera en dirección a la población donde habitaba el coleccionista. Ella había llegado a la fábrica abandonada en un taxi de los que solían colaborar con su organización por lo que, en esta ocasión, viajaba en el coche de su compañero sentimental al tiempo que los seguía el sabueso a bordo del suyo.
El trayecto hasta la finca de su viejo conocido transcurrió sin incidentes. Había caído la tarde cuando detuvieron sus automóviles ante la entrada de la verja. Varias personas uniformadas militarmente pero sin ostentación, entre las que había hombres y mujeres, salieron a recibirles. Trabajaban al servicio del coleccionista que ya les había prevenido de la llegada de sus tres invitados. Dado que los guardias ya le conocían de encuentros anteriores, él realizó las presentaciones entre estos y sus dos acompañantes. Tras ello, dos de los vigilantes subieron a uno de los vehículos todoterreno de entre los que permanecían estacionados junto al camino de acceso a la finca, lo pusieron en marcha y les indicaron que les siguieran en sus automóviles hasta la residencia. Así lo hicieron e, instantes después, la improvisada comitiva se desplazaba por una amplia senda al tiempo que pasaban junto a unos bellos y pintorescos parajes. Su amigo coleccionista sabía vivir bien. Ella señaló a los dos uniformados que les precedían.

—La mayoría de ellos son excombatientes que sirvieron con él en un pasado más o menos reciente —le dijo él mientras comprobaba a través del espejo retrovisor que el vehículo del detective iba tras ellos.
El sabueso mostraba cierta sorpresa en su rostro y esto le hizo sonreír.
—¿Tan valiosos son los objetos que posee? —preguntó ella un tanto perpleja.
—Puede ser —respondió—. Pero sus colecciones son tan solo un pasatiempo. Él obtiene sus ingresos de su plantación, de los libros que escribe y de ciertas inversiones que realiza. También se da a la filantropía.
—¡Vaya! —exclamó admirada.

No tardaron en llegar a una amplia zona ajardinada frente a la puerta de la casa de varias plantas en la que habitaba el coleccionista.
—¡Amigo mío! —expresó este plantándose ante ellos que acababan de apearse de sus coches tras haberlos aparcado — ¡Cuánto tiempo sin vernos!
—¡Demasiado! —afirmó él.
Los guardias se despidieron de ellos y volvieron a sus quehaceres. Tras unas nuevas presentaciones, el anfitrión les invitó a entrar en su hogar. Acababa de indicarle al servicio que dispusiera un refrigerio en el cenador del patio trasero de la vivienda, junto a un pequeño estanque flanqueado por varias fuentes. La tarde apacible invitaba a la conversación entre el disfrute de las viandas. Tiempo tendrían después de tratar el tema de la adquisición del ejemplar del Viajero de la Marca…
Continuará…