Relatos tras el café humeante | Las cartas sobre la mesa 

   —Bueno —se congratuló—, por fin os tengo… a los dos. —Hizo un ademán para que levantaran las manos.

   Entonces se percató de que la falsa librera todavía tenía la batería en su mano.

   —Lánzamela los pies —le exhortó—; muy despacio y sin tonterías.

   La otra actúo tal como le había ordenado.

   —Eso es lo que os permite… —Señaló el artefacto —Algo así sospechábamos…

   Hubo unos segundos de silencio. Tras esto, la dama del sombrero oscuro frunció el ceño.

   —A ti te voy a llevar a la sede de mi agencia —dijo dirigiéndose a la falsa librera.

   Luego le miró a él.

   —Pero, teniéndola a ella, tú ya no me sirves para nada; tendré que hacerte desaparecer.

   Dio un par de pasos hacia atrás

   —Más vale que el detective no se acerque porque, si no… Ya me encargaré de él en otra ocasión.

   Su conversación fue interrumpida repentinamente cuando el investigador le golpeo por la espalda con la culata de su revolver haciéndola caer inconsciente al tiempo que evitaba que se estrellase violentamente contra el suelo.

   —Tampoco se trata de que se lleve el reintegro –dijo el sabueso mientras la depositaba cuidadosamente sobre el pavimento ante la sorpresa de los otros dos—. Una cosa es una cosa, y otra es otra.

   Acto seguido, procedió a atarla y amordazarla.

   —Gracias –expresó él—, nos has salvado de una buena.

   —Gracias –dijo ella también.

   Se hizo un breve silencio. Luego.

   —¿Podrás conseguirme el ejemplar de Viajero de la Marca? –le interrogó la falsa librera.

   Sin embargo, cuando él se disponía a responderle, el detective les interrumpió dirigiéndose a ella.

   —Creo que antes deberías ponernos al día. No es por nada, pero…

   La mujer no tuvo por menos que acceder. Les explicó que trabajaba para una organización cuyo objetivo era procurar una vida mejor para toda la humanidad mediante la puesta en práctica de los proyectos necesarios, ya fueran estos de índole científica, tecnológica e incluso infraestructuras; algunos de ellos se calificaban como extremadamente novedosos. Dado que la organización no pertenecía a ninguna nación, a pesar de que su personal podía ser originario de cualquier país, los servicios de inteligencia de ciertos estados la tenían en su punto de mira en su afán por averiguar los logros que se habían conseguido. Es por ello que sus miembros, en aras de evitar la acción de los agentes gubernamentales, se veían obligados a utilizar ciertas tecnologías, como la del generador de cúpulas de invisibilidad y señuelos que ellos habían podido observar en la práctica y que, obteniendo su energía de un combustible basado en agua de mar, impedía que los que estuviesen bajo el abrigo de su onda fueran vistos y oídos, con lo que resultaba un sistema de camuflaje de gran utilidad.       

   —Y, para poder llevar a cabo uno de nuestros proyectos más importantes —expuso ella—, necesitamos tener un ejemplar de Viajero de la Marca.

   —¿Qué tiene de particular? —preguntó él.

   —En los datos técnicos que se aportan entre sus páginas, se incluyen fórmulas y patrones sobre como diseñar una nave interestelar de forma real.

   —¿De forma real? —intervino el sabueso— Esto es… ¿una nave de verdad que pueda ir de un sistema solar a otro?

   —De eso se trata —replico ella sin perder la calma.

   —Pero —objetó el detective—, para ello habría que…

   —Superar la velocidad de la luz —concluyó él.

   El investigador se quedó boquiabierto; el otro intentó guardar las apariencias.

   —No es una broma, claro —afirmó el sabueso.

   La falsa librera negó con un movimiento de cabeza.

   —No sé cómo lo ves; tú la conoces más —le dijo a su amigo—; pero, ¿seguro que no se ha fumado algo u otra cosa por el estilo?

   —No suele hacerlo —confirmó el otro.

   —¡Joder, joder! ¡Esto es la leche!

   Mientras su compañero detective intentaba recolocarse en su lugar original las afectadas neuronas, ella le insistió de nuevo. Con esos conocimientos podrían enviar personas preparadas para colonizar nuevos mundos parecidos al nuestro; tendrían así la oportunidad de volver a empezar desde cero; se evitarían los problemas de la superpoblación y el desempleo… Obtener un ejemplar de ese libro era de importancia crucial, máxime antes de que sus enemigos se pusieran sobre la pista y lograran impedirlo. Se acercó a él y le abrazó apoyando la cabeza sobre su pecho y ocultando su rostro para que no vieran las lágrimas que empezaban a fluir.

   —Por favor… —susurró.

   —Sé cómo conseguirlo —dijo él para tranquilizarla—. De hecho, ya he iniciado las gestiones con el interesado; se trata de un coleccionista amigo mío. No vive lejos, pero tendremos que viajar a otra ciudad.

   —Gracias —dijo ella en voz baja sin moverse ni un ápice.

   Un pensamiento cruzó fugazmente por su mente: tal vez ella se sentía bien permaneciendo así. Él se agarró a esa esperanza; realmente siempre le había profesado un cariño especial y, en ese instante, tal sensación se había acrecentado enormemente. Aun así, debía exponer la situación con claridad.

   —No nos va a salir precisamente gratis. Hace bastantes años que ese juego de rol salió al mercado y, que se sepa, tan solo quedan unos pocos ejemplares circulando.

   —El dinero no será un obstáculo —susurró ella de nuevo.

   —De acuerdo entonces —resolvió él. Y, añadió dirigiéndose al investigador aunque ya intuía la respuesta— ¿Estás con nosotros?

   —Pues claro. No voy a dejar que participéis sin mí en esta aventura —replicó al tiempo que echaba una mirada a la dama del sombrero oscuro, tal como había venido haciendo de vez en cuando desde que esta quedase inconsciente.

   Él sonrió. Confiando en que su inseparable compañero de andanzas no iba a dejarle solo en este trance, no se había equivocado. Se interesó entonces por el estado de la mujer del sombrero oscuro que permanecía sin sentido.

   —¿Qué hacemos con ella? —le preguntó el sabueso— Preferiría no tener que quitarla de la circulación pero, dadas las circunstancias, si no hay más remedio… Al fin y al cabo, estaba dispuesta a matarte.

   En ese instante, la malévola dama empezaba a recuperar la consciencia paulatinamente con todo lo adverso que eso podría representar. Sin embargo, la falsa librera contaba con recursos para zanjar una situación de este tipo. Rebuscó en el interior de un macuto que solía llevar colgado en bandolera y tomó un tubo cilíndrico de plástico transparente que albergaba una jeringa desechable, ya preparada; esta contenía un líquido verdoso en su interior. Rompió el precinto y extrajo la inyección, dispuesta a utilizarla ante la mirada preocupada de sus dos acompañantes.

   —Con este suero dormirá hasta el día siguiente —explicó—, a la par que olvidará todo lo que ha vivido durante las últimas veinticuatro horas.

Continuará…

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