Relatos tras el café humeante | Daphne Automoción 

   La mañana era apacible y soleada. Hizo girar la llave de contacto de su automóvil y el motor rugió al instante. Observó con disimulo a través de su espejo retrovisor izquierdo hacia la acera opuesta de la avenida, donde se encontraba estacionado el coche de su amigo el sabueso. Este hizo destellos con sus faros para confirmarle que estaba preparado.

   Tras el encuentro la noche anterior, ya en el apartamento, disfrutó por varias horas de la compañía de su amiga. Mientras tomaban unas copas, recordaron anécdotas vividas por ambos durante su adolescencia. Gran parte de la velada se consumió rememorando sus andanzas de entonces, al tiempo que se sentían muy bien disfrutando esos placenteros momentos.

   Sobre el verdadero asunto que había provocado el hecho de que volvieran a verse después de tanto tiempo casi no se habló; solo que había recurrido a él para que, merced a sus conocimientos del mundo del coleccionismo de libros y productos relacionados, le ayudara a obtener un ejemplar del juego de rol Viajero de la Marca, publicado hacía ya bastantes años y muy difícil de conseguir. Según la falsa librera, existía una importantísima información entre el texto de su contenido.

   Luego, ella decidió regresar a su hotel citándole para el día siguiente en una de las naves de la antigua fábrica Daphne Automoción, actualmente abandonada. Al parecer, ese era uno de sus centros de reaprovisionamiento cuando trabajaba por la provincia. Le facilitó un croquis de la situación, que ella misma dibujó a mano alzada, y la hora del encuentro. No hubo más, salvo su promesa de aclararle allí todas sus dudas; se marchó.

   Él aprovechó entonces la ausencia de su amiga para telefonear al detective con el fin de ponerle al día sobre las novedades del caso, preparar la actuación a seguir y, finalmente, verse al día siguiente a una hora convenida. Se trataba de que él se desplazara conduciendo su vehículo hasta la antigua fábrica, seguido a distancia por el investigador en su propio coche. A partir de ahí, actuarían según se desarrollaran los acontecimientos.

   Dos amigos envueltos de nuevo en la aventura, como tantas otras veces. Accionó el indicador de dirección del costado izquierdo de su automóvil y se incorporó al tráfico de la avenida marchando con lentitud para que el sabueso pudiera ir tras él sin dificultad. No tardaron en tomar la carretera. Una vez en ella, se percataron del poco tráfico existente superada ya la hora punta de principios de la mañana.

   El investigador privado no le quitaba el ojo al automóvil de su amigo. Cuando, por las variaciones en el trazado de la carretera, aumentaba la distancia que mediaba entre ambos, el detective aceleraba para no perderle de vista. Y, en una de estas ocasiones, observando mediante el espejo retrovisor interior, le pareció atisbar un vehículo que les seguía; repitió la operación varias veces, a intervalos regulares de tiempo, sin volver a ver al presunto persecutor. Intentó relajarse un tanto; un exceso de celo tampoco podría resultar bueno; sería algo injustificado… o tal vez no.

   Llevarían conduciendo una media hora cuando él se desvió por un camino asfaltado situado a la izquierda de la carretera; siguiéndolo, alcanzaron finalmente las instalaciones de la fábrica abandonada; dejaron los coches estacionados en un patio frente a la entrada de la nave principal.

   —Adelántate tú —le indicó el detective—. Me aseguraré de que no haya moros en la costa.

   —Como consideres —replicó—. Aunque no creo que haya peligro. Hasta el momento…

   —Nunca se sabe.

   —De acuerdo entonces.

   Él caminó hacía la puerta de la nave. El sabueso esperó a que hubiese entrado; echó una mirada a su alrededor; no parecía haber nadie; desenfundó su revólver y empezó a peinar la zona.

   Entretanto, él localizó la dependencia donde le esperaba la falsa librera. Solo faltaban unos minutos para la hora convenida, así que resolvió acceder al interior sin más demora. La encontró allí.

   —No has venido solo —le reprochó—. Os he visto llegar.

   —Es un amigo en el que confío —replico él—. Comprenderás que la situación no es nada normal…

   La voz del investigador llamándole a cierta distancia hizo que interrumpiera lo que intentaba decir.

   —¡Estoy aquí! —respondió para que le localizase.

   Sin embargo, ella no estaba dispuesta a que lo hiciera. Agarrándole con fuerza por el brazo, lo arrinconó en una esquina de la estancia. Sus cuerpos se tocaban. Sorprendido, él no supo cómo reaccionar.

   —¡No te muevas! —le advirtió.

   Extrajo de su bolsillo algo parecido a un mechero y accionó uno de sus botones. Al instante, él se percató de cómo los dos eran envueltos por una especie de onda transparente que terminó por cubrirles a modo de cúpula. Ella le agarró uno de sus dedos obligándole a pulsar otro de los botones del ingenio que esgrimía provocando la aparición, en el exterior de la cúpula, de lo que él, cada vez más perplejo, intuyó que era un holograma de una excelente calidad. Desconcertado, comprobó la extraordinaria realidad…

   —¡Soy yo! —exclamó.

   —No —replicó ella—. Solo es un señuelo que tendrá distraído a tu amigo durante unos instantes; suficiente para despistarle y que se aleje —expuso al tiempo que el señuelo se alejaba en pos del sabueso para inducirle a que le siguiera—. Ja, ahora no podrá vernos ni oírnos.

   Pero el investigador volvió a llamarle y, esta vez, parecía estar más cerca.

   —¡Mierda! —se lamentó la falsa librera—. Se acabará el tiempo…

   —¿Qué tiempo? —interrogó el, presa todavía de la confusión.

   —El de exposición del señuelo y la onda de invisibilidad. El generador estaba casi agotado y no he tenido ocasión para recargarlo.

   —¿El generador? —Señaló el pequeño artilugio.

   Ella asintió.

   La situación se estaba volviendo comprometida para ella, porque en breve dejaría de funcionar el ingenio agotándose entonces la cúpula de invisibilidad y el señuelo. Sin embargo, a él esto le convenía, ya que así su amigo detective les podría localizar y reunirse con ellos. Pero ella sacó de otro bolsillo un pequeño cilindro cuyo extremo podía encajarse en un orificio del generador.

   —Esta batería servirá —dijo.

   Él debía evitarlo si quería que ambos se hicieran visibles. Así que la agarró por sus muñecas para impedir que hiciera la recarga.

   —¡¿Qué haces?! —se indignó— ¡¿No ves que vas a descubrirnos?!

   —¡Es mi amigo! ¡Confía en mí!

   Unos instantes más de forcejeo condujeron al agotamiento de la energía del artefacto y, con ello, al desvanecimiento de la cúpula de invisibilidad y del señuelo. La falsa librera se temió lo peor; dentro de nada estaría a merced de los otros dos; se preguntó sobre lo que le iba a suceder…

   Él llamó al investigador para que fuera junto a ellos pero este no contestó. Lo intentó de nuevo con el mismo resultado. Y, sin embargo, se podía escuchar el sonido de unos pasos cada vez más cercanos. ¿Por qué no le respondería? Empero, no eran los de su amigo detective sino los de otra persona. La mujer del sombrero oscuro apareció ante ellos apuntándoles con una pistola.

Continuará…

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