El final de una nueva jornada dedicada a la investigación. Él había solicitado parte de sus vacaciones para poder colaborar con el detective, ya que no se disponía de ninguna fotografía en la que apareciera la librera. Acababa de anochecer. El investigador había estacionado el automóvil frente al portal del edificio de apartamentos donde residía su amigo. Giró la llave de contacto para apagar el motor y sobrevino un silencio tan solo roto de vez en cuando por los pocos vehículos que pasaban junto a ellos. Era una amplia avenida con varios carriles de circulación en el mismo sentido flanqueados por anchas aceras. El silencio y las farolas que iluminaban la vía; entonces sobrevino el lejano rumor de los camiones que recogían la basura de los contenedores en las calles aledañas y el eco de los pasos de algún que otro transeúnte; y el silencio de nuevo.
El sabueso extrajo de su bolsillo un paquete de caramelos medicinales y se lo ofreció para que se sirviera. Él tomo uno y su compañero hizo lo mismo. Estaban cansados. Después de visitar gran parte de los establecimientos de joyería y bisutería de la ciudad indagando sobre el posible comprador de la pareja de howlitas, preguntando al respecto de la persona que pudiera haber encargado el trabajo para unirlas con aquella fina cadena de oro e incluso sondeando en relación a la adquisición de dicha cadena… habían obtenido la información buscada. El semáforo cercano cambió de rojo a verde, haciendo reaccionar al detective.
—El trabajo de encadenado de las dos piedras fue encargado por una mujer que, aunque no nos facilitaron su nombre, responde a las características que me diste sobre la presunta librera.
—Sí; y el chico de los recados de la tienda nos informó que ella se aloja en el hotel Esencia de Madrás, que casualmente se encuentra en esta misma avenida, varias manzanas más allá. —Señaló hacía donde circulaban los vehículos.
—Luego, solo tenemos que vigilar la entrada del hotel para esperar a que ella salga y seguirla o… Pero lo haremos mañana temprano. Ahora conviene que descansemos unas horas. Necesitamos estar frescos para centrarnos en nuestra labor. Me juego lo que quieras a que ella estará haciendo lo mismo.
Él sonrió. Conocía a su amigo desde que iban al colegio.

De repente, alguien pasó junto a su automóvil, muy cerca de la ventanilla en la que él estaba apoyado. La reconoció al instante. Era ella, y parecía dirigirse a su hotel. El veterano investigador, percatándose de lo que sucedía, reaccionó tapándole la boca con su mano para evitar que él la llamara o hiciera algo que provocase su huida.
—Entra en tu casa —le exhortó—. Yo me encargo.

Él actuó según las indicaciones de su amigo. Este, sin perder un instante de vista a la mujer, cerró rápidamente las puertas de su coche y comenzó a seguirla discretamente. No fue el único que se puso en movimiento puesto que, en el interior de un automóvil aparcado junto a la acera opuesta, la dama del sombrero oscuro les había estado observando con sus prismáticos y, viendo que el sabueso parecía ir tras la única persona que en ese instante deambulaba a lo largo de la avenida, abandonó el vehículo y corrió tras sus pasos.
Entretanto, él salió del ascensor y se encontró con su amiga esperándole en la puerta de su apartamento. ¿Cómo podía estar ella ahí si la habían visto caminando por la calle? Y, entonces… ¿a quién estaba siguiendo el investigador? Un aluvión de preguntas le asaltaron en cuestión de segundos al tiempo que caía preso de la perplejidad. La otra tomó la iniciativa.
—Tenemos que hablar —dijo sin más.
Como guiado por un acto reflejo, le invitó a entrar en su casa y a que se acomodara en el sofá de su comedor-salón. Luego…
—¿Qué pretendes? —interrogó él— Desde nuestro primer encuentro, me estás volviendo loco.
—Lo siento. Yo…
—¿Quién es la persona tras la que va mi amigo? —insistió.
—No es nadie.
—¿Nadie?
—Siento mezclarte en todo esto —explicó ella—. Pero necesito de tus conocimientos… y de tus contactos.
—¿Que necesitas qué?
—Es de vital importancia que me consigas un ejemplar del Viajero de la Marca.
—¿Del juego de rol?, ¿por qué?
En ese instante sonó su teléfono móvil. Atendió la llamada. Era su amigo.
—La he perdido… Se ha esfumado —dijo desanimado—. No sé cómo ha podido suceder.
Él intento advertirle de la presencia de la falsa librera en su casa, pero ella ya abandonaba el apartamento cerrando la puerta tras de sí. En vano la persiguió; lo único que pudo ver fue como el ascensor descendía alejándose de su planta. ¿De nuevo la había perdido? No, no estaba dispuesto a rendirse. Partió como un rayo descendiendo por la escalera. Estaba seguro de que, una vez hubiera salido a la calle, ella no se pondría a correr para evitar llamar la atención. Y no se equivocó porque la localizó caminando presurosa en dirección al hotel. En su juventud fue miembro de un equipo de atletismo y todavía seguía entrenando, por lo que no le fue difícil alcanzarla.
Mientras ella se limitó a mirarle preocupada, él la estrechó con fuerza contra su pecho. En el pasado, siempre había sido su debilidad. La besó como alguien que ha estado esperando ese momento único durante mucho tiempo y ella se dejó llevar.

—Regresemos a mi casa y me lo cuentas todo —aseguró—. Te prometo que nadie nos molestará.
Su amiga asintió.

Él tomó su móvil para contactar con el investigador e indicarle que se fuera a descansar, que no se preocupara y que hablaría con él en cuanto pudiera. El otro intuyó la importancia del nuevo cariz que había tomado la situación. Sin perder la confianza en su amigo, volvió al lugar donde tenía aparcado su coche y abandonó la avenida. Otro vehículo le siguió discretamente; la dama del sombrero oscuro tampoco iba a dar su brazo a torcer.
Continuará…