Partiendo del relató que aporté al reto de Lídia Castro Navàs en septiembre de 2022, Lo había soñado… o no, he dado continuidad a la trama que planteaba. Compartamos los desvelos de su protagonista…
Necesitaba contemplar las dos pequeñas piedras de howlita encadenadas. Se las había regalado la encargada de la librería tras su reencuentro casual pero agradable, durante el que conversaron largo rato.
¿Citarse? Imposible. Sus mayores ocupaban su tiempo y… hasta su Centaury se marchitaba al no atenderla. Las howlitas le desvelaron que lo justo era reservarse un paréntesis para sí mismo, sin importar los demás. Al regar la planta, todavía lo vio más claro.
Volvió a la librería; ninguno de los empleados conocía a su antigua amiga; nadie le supo dar razón. ¿Había soñado? No, las piedras seguían en su bolsillo…
Y lo cierto era que él había visitado esa librería y hecho entrega de uno de sus antiguos ejemplares para que se lo restauraran; así lo demostraba el comprobante que le habían extendido en el que figuraba la fecha a partir de la cual podría pasar a recoger el libro y el empleado que le atendió. Tras darle vueltas durante un día, decidió volver al establecimiento.
—Cuando terminé de registrar la entrada de su volumen y le di el resguardo para la recogida —expuso el encargado—, usted salió de la tienda y continuó por el parque, sin detenerse, hasta el acceso situado al otro lado.
Él intentó hacer un esfuerzo para recordar, pero el resultado era el mismo: se había encontrado con su antigua amiga cuando estaba a punto de abandonar la librería y se habían sentado los dos en el banco del parque más cercano a la puerta del establecimiento, a pocos metros de ella. Así se lo dijo a su interlocutor, pero este no había visto lo mismo y, para demostrar su honestidad, llamó a dos de sus compañeros que habían estado trabajando con él aquel día. Ambos confirmaron lo informado por su encargado. Aparte de ello, ninguno de ellos conocía a su amiga y, a pesar de lo que ella le dijera, nunca había trabajado en esa librería.
—Pero, si estuve allí con ella… —argumentó decepcionado señalando el banco.
Ellos negaron con un movimiento de cabeza; él pareció resignarse.
No muy lejos de la escena, una mujer de mediana edad, luciendo un oscuro sombrero y simulando buscar entre las estanterías, les observaba y escuchaba atentamente.
En cuanto abandonó el establecimiento, cabizbajo, la mujer salió tras él caminando lentamente y dejándole mucha distancia, al tiempo que se aseguraba de que se alejaba desapareciendo luego tras la verja de acceso en la zona opuesta del parque. Hecho esto, echó una escrutadora mirada a su alrededor comprobando que no le observaban, se aproximó al banco donde supuestamente estuvo la pareja y lo inspeccionó detenidamente… Halló unas gotas de líquido sobre uno de los extremos del asiento.

Con disimulo extrajo un pequeño tubito acristalado que utilizó, con mucho tiento, para recoger una muestra de ese líquido. Volvió a escudriñar en torno suyo para comprobar que nadie le miraba y se desplazó algo más lejos para terminar situándose tras un largo seto de cipreses más altos que ella. A salvo de las vistas, sacó de uno de sus bolsillos una pequeña hojita de papel indicador y vertió sobre ella parte de la muestra. En cuanto el indicador mostró una coloración determinada, ella ya no albergó más dudas: se trataba de agua de mar que había sido manipulada exprofeso de cara a un singular proceso de fabricación. Y ella conocía el porqué de ese proceso.
Sumamente satisfecha, guardó el papel indicador en uno de sus bolsillos y, derrochando parsimonia cual deambulante que disfruta de su paseo, se dirigió a una cafetería cercana para ordenar sus anotaciones mientras saboreaba una excelente mezcla arábiga. Estaba muy claro que debía centrarse en él si quería localizar a la falsa librera.
Aquella misma tarde, él acudió al despacho de la agencia de detectives que dirigía un amigo suyo y le expuso el caso. El veterano sabueso, tras escuchar el relato de lo sucedido, permaneció en silencio unos instantes mientras meditaba sobre el asunto.

—Debo entender que gozas de un estado de salud normal —supuso abalado por la confianza que existía entre ambos—; esto es, que no padeces pérdidas de memoria ni tomas ninguna sustancia psicotrópica…
—Pues claro que no —afirmó categóricamente.
—¿Tampoco has sufrido ningún golpe en la cabeza recientemente?
Él negó con un ademán.
—Si no fuera porque tienes esas piedras —explicó el investigador—, me hubiese atrevido a asegurar que, a pesar de haber visitado la librería, el encuentro con tu amiga sí que lo habías soñado; pero la presencia de las howlitas me indica claramente que ella o, al menos alguien, te las entregó.
—Fue ella.
—Eres mi amigo y prefiero creerlo así, aunque sabes que voy a tener en cuenta todas las posibilidades. ¿Y si realmente lo soñaste y alguien te puso las piedras en el bolsillo? Te podrían haber drogado sin que te hubieras dado cuenta, por ejemplo. No es descabellado pensarlo.
Reconoció la posible certeza de esa suposición. El fogueado detective le solicitó que volviera a contarle lo sucedido, pero en esta ocasión sin olvidar ningún detalle e incluso deteniendo la narración para analizar de forma más minuciosa la situación. Concluyeron que se abría un amplio abanico de posibilidades y muy pocos hilos de los que tirar, casi ninguno.

—Empezaré averiguando la procedencia de las turquesas —dijo su amigo—. Indagaré en las joyerías y tiendas de bisutería. Parece que ambas fueron encadenadas por encargo y, si no me equivoco, la fina cadena que las une vale mucho más que las propias piedras.
Él le dio las howlitas para que pudiera iniciar sus pesquisas. Tras esto, se despidieron.
—Te informaré sin falta de todo lo que vayamos averiguando —le aseguró para animarlo.

Salió del edificio donde se hallaba la agencia de investigación privada. Había anochecido y se encontraba cansado. Paró un taxi y se encaminó de vuelta a su casa. Junto a un quiosco al borde de la acera, la mujer del sombrero oscuro le siguió con la mirada hasta que el vehículo dobló la esquina.
Continuará…